CÓMO UN ARTEFACTO INCA ESTUVO A PUNTO DE SALVAR A UNA ESPAÑA DESGARRADA POR LA GUERRA.
A finales de 1936, en una sala de cine en Cusco se exhibió un corto noticioso que narraba las últimas noticias de la Guerra Civil Española. En un castillo recién "recuperado" por los rebeldes franquistas, el marqués Montes y su hijo posaban ante un grupo de tesoros... entre los cuales se apreciaba una «chakana», una especie de cruz de oro con un verde cristal en el agujero del centro.
Unos indios vieron el noticiero y luego informaron a los ancianos de su aldea lo sucedido. Estos confirmaron que se trataba de la misma «chakana» que les fue robada siglos atrás, en el siglo XVI, por los conquistadores españoles. Tras una larga discusión, decidieron enviar a un alguien a recuperarla; el joven Alejo se ofreció como voluntario.
Tras varias discusiones, se planeó la única manera de que Alejo llegara a la España en guerra civil: enlistándose como voluntario en las Brigadas Internacionales.
Así, tras viajar a Lima y acudir a la embajada española, Alejo partió en barco hacia la Península. Una vez en Madrid, Alejo se distinguió valerosamente en una batalla. Para mediados de 1937, Alejo era considerado como uno de los más valerosos brigadistas de su batallón.
Fue entonces cuando, ya contando con la confianza de sus superiores, accedió a documentos oficiales. Así, Alejo halló lo que buscaba: el castillo del marqués Montes, miembro honorario de la Falange (el partido del general Franco), que se encontraba en la provincia de Toledo, en la región dominada por los rebeldes fascistas.
Inmediatamente, el joven brigadista cusqueño procedió a falsificar unos documentos que le encomendaban comandar una misión: rescatar del mencionado castillo al "profesor Chakana", un "científico peruano" que estaba al servicio de la Republica Española y que ahora era rehén de Franco. Dado el prestigio de Alejo ganado en varias batallas, se le autorizó a incursionar en la zona rebelde, llevando consigo a varios combatientes que le ayudarían en la "misión de rescate".
Entre estos voluntarios de diversas razas y naciones, había una compatriota de Alejo: su nombre era Eliana, y provenía del Callao. Ella y Alejo pronto se entendieron muy bien. Sin embargo, Eliana notó que Alejo era muy reservado acerca del "rescate del profesor Chakana".
Pronto el grupo incursionó a la zona franquista de Toledo, y llegaron al castillo buscado, convertido en una fortaleza militar. Ahí Eliana descubrió la verdad: Alejo había sido enviado por los suyos para recuperar esa dorada cruz prehispánica, antes que los fascistas descubriesen que era algo más que una joya.
Al ser descubiertos por un soldado enemigo, Alejo usó el poder de la «chakana». Asombrada, Eliana vio que del cristal verde del centro de la cruz andina partía una potente luz o fuego... y el soldado rebelde fue incinerado y reducido a cenizas casi con una explosión. La asombrada Eliana y el resto del grupo salieron del castillo, mientras Alejo arrasaba con todo y todos. Una vez fuera, avisaron a los sufridos aldeanos de la zona que podían ya rebelarse contra sus crueles amos fascistas.
Con su fortaleza arruinada y en llamas, más de la mitad de sus hombres desintegrados y casi todas sus armas y municiones destruidas, el marqués Montes y sus pocos soldados no pudieron sobrevivir a la rebelión campesina que de inmediato siguió.
Alejo no regresó a la zona republicana; de hecho, habían descubierto el engaño de la "misión" y se le buscaba como posible espía. Eliana nunca lo volvió a ver.
Buscando la manera de salir de la Península y volver al Perú, Alejo se encontró con los guerrilleros anti-franquistas de las montañas. Así es como conoció a Sara, con quien trabó una gran amistad. Antes de conocerla, a él no le importaba nada la guerra civil ni quien la ganara. Pero fue ella quien le hizo ver que el pueblo español luchaba contra el fascismo que soñaba esclavizar al mundo.
Por unas semanas, Alejo combatió con la guerrilla. En un momento de peligro tuvo que usar la «chakana», y él solo exterminó a todo un ejército armado que los había rodeado. Más tarde le confió a Sara que la dorada cruz andina debía volver al Cusco. Al día siguiente los abandonó y siguió su camino. Sara nunca volvió a saber de él.
Algún tiempo después, Alejo cayó en garras de alguien obsesionado con su captura: el joven hijo del difunto marqués Montes. Había visto como el cusqueño había aniquilado a toda una fortaleza solo usando una cruz de oro. Ahora deseaba que éste le dijera cómo usar el arma, pero Alejo resistió las torturas. Finalmente creyó entender su funcionamiento, y se dispuso a desintegrar al asesino de su padre... pero cogió la cruz al revés y acabó incinerado. Aprovechando la confusión, Alejo cogió la «chakana» y escapó.
Finalmente logró volver de incógnito a la zona republicana y abordó un barco que salía con rumbo a la URSS, único país amigo que ayudaba a la República Española. Pronto fue descubierto y reconocido; ya el barco regresaba a España a entregar al buscado "espía", cuando una oficial soviética ordenó que no cambiaran el curso: se trataba de la teniente Karpov.
Gracias a sus servicios secretos, esta rubia teniente ya estaba al tanto de Alejo y su poderosa arma, y por ello decidió no entregarlo sino llevarlo a Rusia. Una vez en Moscú, logró convencer a Alejo que la «chakana» ayudaría a la Revolución Mundial que liberaría a todos los pueblos oprimidos de la tierra. El cusqueño aceptó compartir el secreto de la cruz andina con sus nuevos camaradas.
Pero, ya en un laboratorio secreto en Siberia, Alejo descubrió que había sido engañado. Al saber que la «chakana» iba a ser usada como arma para conquistar el mundo, se rehusó a cooperar; sus antepasados nunca usaron esa ciencia (hoy perdida) para la guerra sino para la paz. La teniente Karpov trató de convencerlo, pero al final el mismo Alejo le abrió los ojos acerca de la amenaza del comunismo.
Sin la ayuda del encarcelado Alejo, los científicos militares soviéticos trataron de examinar el cristal verde... pero solo consiguieron desatar la poderosa energía de la cruz andina. Una potente explosión arrasó todo a su paso. Alejo, secretamente liberado por la teniente, ya sabía que eso ocurriría y ambos pudieron ponerse a salvo. Luego, tranquilamente, volvieron y recogieron la «chakana», lo único intacto en medio de tanta ceniza. De ahí emprendieron la huída y pronto ambos cruzaron las fronteras de la Unión Soviética. Tiempo después, en París, Alejo se despedía para siempre de su amiga rusa.
Ya para mediados de 1938 Alejo estaba de regreso en el Cuzco. Entregó la cruz andina a los ancianos de su aldea y éstos la llevaron a una oculta caverna, llena de antiguos tesoros incaicos. Ya llegaría el día, supo Alejo, en que la «chakana» volvería a la superficie, y entonces el Imperio de los Incas volvería a vivir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario