CÓMO UN FENÓMENO QUE ESCAPA A LA COMPRENSIÓN HUMANA TERMINÓ COBRANDO CINCO MIL VIDAS INOCENTES.
La madrugada del 7 de julio de 1932, el pueblo de Trujillo (en el norte peruano) se levantó en armas contra la sanguinaria dictadura del fascista general Sánchez Cerro. El tirano envió a sus fuerzas armadas para aplastar, a sangre y fuego, a la ciudad rebelde.
Trujillo comenzó a ser cañoneada y hasta bombardeada desde el aire. Fue una de esas bombas la que abrió la entrada a una cueva, en el patio de una hacienda. Los combatientes rebeldes que habían convertido esa finca en improvisado cuartel sacaron de la cueva un cuerpo atrapado en una semitransparente sustancia cristalina.
Se llamó a dos personas que podrían determinar qué cuerpo era ese. Así, llegaron el profesor Santos y el doctor Huerta, quienes derritieron cuidadosamente el viscoso bloque ambarino, para hallar un horrendo cadáver con armadura de conquistador español. Los dos estudiosos dedujeron que debía haber quedado atrapado ahí desde hace cuatrocientos años. Santos recordó algo y fue a consultar en un libro de su despacho.
Pero los ataques y bombardeos continuaron, y la novedad de la petrificada momia del Conquistador pronto pasó. Huerta acudió a atender a los combatientes malheridos que regresaban de pelear en el campo contra las tropas del dictador, que pugnaban por asaltar la ciudad.
El profesor encontró lo que buscaba, y regresó a la hacienda de inmediato. Los combatientes habían sido enviados a preparar la defensa de Trujillo, quedando solo uno que cuidaría de las armas, municiones y dinero, ahí almacenados. Estaba muerto; al parecer, un ladrón se había metido a robar, el guardia lo sorprendió y el ladrón le dio muerte. Los enviados a investigar cerraron rápidamente el "caso".
Pero el cuerpo estaba prácticamente partido por la mitad, al parecer de un machetazo limpio. El hombre había hecho varios disparos contra el "ladrón", y al parecer no le había acertado. Algo más raro: este ladrón no se había robado los fajos de billetes, solamente el oro. Santos tuvo un presentimiento y fue al desván donde había sido colocada momentáneamente la momia... ésta había desaparecido.
El profesor corrió a ver a Huerta y explicarle lo sucedido. En un libro de tradiciones y leyendas trujillanas se hablaba de un batallón de feroces conquistadores que iba a saquear un pueblo nativo. Pero del cielo cayó una gran "roca de fuego", que abrió un cráter al que todos cayeron. Poco después, los indígenas asomaron a la recién abierta caverna y vieron a los bárbaros castellanos atrapados en una dura sustancia transparente. La entrada a esa cueva fue clausurada y el pueblito celebró su providencial salvación.
Mientras, comenzaron a llegar noticias alarmantes: varias personas estaban siendo ferozmente asesinadas. El invulnerable homicida no hacía distingos y "macheteaba" sin piedad a sus víctimas. Se reportaron robos... pero solamente de objetos de oro.
El doctor examinó un trozo de la sustancia que cubrió al conquistador: no era de este mundo. Sin duda, esa "roca de fuego" fue un meteorito, que provocó un efecto en los españoles que mató al caer: al ser liberados y expuestos al aire, esos cadáveres se "reanimaban", pero con sus cerebros muy dañados, actuando por puro instinto... en este caso, la criminal "fiebre de oro" que dominó a los conquistadores del siglo XVI.
Santos y Huerta informaron todo a las autoridades rebeldes, pero éstas, preocupadas por los constantes bombardeos y asaltos a Trujillo, tildaron a los dos hombres de trastornados, a la vez que daban por hecho que ya debía haber "infiltrados" que comenzaban a sembrar el caos desde dentro de la ciudad.
Un pequeño destacamento armado fue a la caza del misterioso asesino; ninguno regresó con vida. Sus cuerpos fueron hallados deshechos a sablazos o triturados. Por seguridad, se ordenó que todas las corruptas autoridades sanchecerristas salieran de su arresto domiciliario y fuesen trasladadas a la vacía cárcel de Trujillo.
Los combates se intensificaron, pero mientras la caída de la ciudad ya se veía inminente, Santos y Huerta seguían la pista del resucitado Conquistador: al final, dedujeron que éste había ocultado todo el oro que robó... ¡en la misma cárcel de la ciudad!
Acudieron presurosos a la prisión, pero llegaron tarde: los guardias que la custodiaban se hallaban destrozados, pero lo de ellos no fue nada, comparado con los cincuenta sanchecerristas prisioneros. Al parecer, al Conquistador no le gustó ver a intrusos en el lugar que había escogido para ocultar su oro... y literalmente los había desmenuzado a todos. Si bien esa ralea fascista merecía un final terrible, ni siquiera a las ratas más inmundas se les exterminaba de manera tan atroz.
Intentaron prevenir a las autoridades de lo sucedido, pero la sangrienta invasión de Trujillo ya era cuestión de horas; para las autoridades, la prioridad era la defensa de Trujillo, no histéricas historias sobre "muertos vivientes". El profesor y el doctor estaban solos.
Siguiendo la pista de sangre, saqueos y mutilaciones que el monstruo dejaba en su enfermiza búsqueda de oro, los dos hombres finalmente hallaron el nuevo escondrijo que el Conquistador había escogido para sus riquezas robadas... la ahora abandonada hacienda donde fue hallado. Comenzaron a poner en marcha un plan, pero algo inesperado ocurrió.
Un grupo de soldados sanchecerristas llegaron ahí en misión de reconocimiento y tomaron la hacienda. Santos y Huerta trataron de explicarle al enemigo lo que ahí pasaba, pero ya los invasores habían hallado el oro del Conquistador... El monstruo hizo su aparición y desató una carnicería con los ladrones de su tesoro, lo cual fue aprovechado por Santos para poner en marcha su plan: con un disfraz que había traído de un teatro, se hizo pasar por el rey de España, y le ordenó a la momia que se introdujese a la cueva. El Conquistador obedeció, pero de pronto notó la farsa y sacó su sable. Pero ya entonces Huerta le arrojó explosivos y lo dinamitó antes de que saliera de la caverna.
Pero las mismas explosiones que destruyeron al Conquistador liberaron a sus compañeros atrapados en la masa cristalina procedente del espacio. Y de la cueva salió un ejército de horrendas momias indestructibles... que se pusieron en camino a la ciudad. Dándose cuenta de la amenaza que habían desatado, el profesor y el doctor improvisaron un nuevo plan.
Tomando el oro robado, Santos comenzó a atraer a los resucitados españoles y llevarlos hasta el abandonado Cuartel O’Donovan. Mientras, Huerta escapó de la ciudad y se entregó a los ejércitos sanchecerristas, dándoles una "información importante": tropas rebeldes fuertemente armadas se habían concentrado en el cuartel O’Donovan, listas para resistir cualquier ataque. Los fascistas decidieron no arriesgarse y, tras encarcelar al doctor, ordenaron a sus aeroplanos bombardear el cuartel hasta no dejar piedra sobre piedra.
El profesor hizo entrar a los conquistadores al desierto cuartel y se encerró con ellos. En ese instante, sobre el cielo nublado aparecieron los aeroplanos, que avistaron a los monstruos y los tomaron por combatientes. Una lluvia de bombas cayó sobre la fortaleza, que se convirtió en un mar de fuego y explosiones.
Poco después, el Ejército tomó Trujillo a sangre y fuego. Una vez aplastada la rebelión, se descubrieron los cadáveres de los sanchecerristas masacrados en la cárcel... y la dictadura tomó venganza en una población inocente. Sin un juicio previo, cinco mil trujillanos fueron fusilados.
El doctor Huerta escapó de prisión poco después, y regresó de incógnito a Trujillo. Sin embargo, no halló ni rastros del profesor Santos o de algún otro sobreviviente que hubiese visto a los conquistadores resucitados, ni tampoco alguna evidencia física del horror realmente sucedido. ¡Era imposible!
A los "imposibles" se les llama "misterios". Y para Huerta, esta pesadilla concluía igual como empezó: como un misterio.
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