Prólogo

EN LIBROS, REVISTAS, PERIÓDICOS Y NOTICIEROS, VEMOS NUESTRA REALIDAD TAL Y COMO ES... O CREEMOS QUE ES. PERO HAY OTRA REALIDAD, QUE NUNCA HAN FIGURADO EN NINGÚN TEXTO DE HISTORIA NI EN NINGÚN MEDIO INFORMATIVO. UNA REALIDAD QUE ES OPUESTA A LOS HECHOS OFICIALMENTE ACEPTADOS. ALGUNOS LOS LLAMAN "TRADICIONES". OTROS, "LEYENDAS". OTROS, "SENSACIONALISMO". Y, PARA UNOS POCOS, ES LA AUTÉNTICA REALIDAD, QUE CONTRADICE A LA OFICIAL. A CONTINUACIÓN, UNA ANTOLOGÍA DE ESTOS HECHOS QUE NADIE QUIERE ACEPTAR COMO VERÍDICOS. SI USTED TIENE LA MENTE ABIERTA, PÓNGASE CÓMODO Y ENTÉRESE DE LO DESCONOCIDO, LO CENSURADO O DE LO SIMPLEMENTE IGNORADO. PERO SI ES USTED MUY SUSCEPTIBLE Y CREE QUE ESTAS REVELACIONES PUEDAN ALTERARLO, ENTONCES TRANQUILÍCESE Y TOME ESTOS RELATOS, CRÓNICAS Y TESTIMONIOS COMO ALGO QUE JAMÁS SUCEDIÓ.

miércoles, 8 de abril de 2015

FRIJOLES SALTARINES


CÓMO UNO DE LOS MÁS GRACIOSOS FENÓMENOS AZTECAS SALVÓ AL QUE SERÍA UNO DE LOS BALNEARIOS MÁS IMPORTANTES DE LA COSTA PERUANA.


DON ANACLETO ERA EL MIEMBRO HONORARIO DE NUESTRO CENTRO CULTURAL. LA AYUDA QUE NOS PRESTABA PARA PROPALAR EL ARTE, LA CIENCIA Y LA CULTURA ERA GRANDE. PESE A SU AVANZADA EDAD, CASI NO HABÍA EVENTO PÚBLICO AL QUE ÉL NO ASISTIERA. Y HE DICHO CASI PORQUE, SI BIEN ASISTÍA A TODAS LAS «ANTICUCHADAS», «POLLADAS», «PICARONADAS» Y «PARRILLADAS» ORGANIZADAS PARA REUNIR FONDOS, NUNCA ASISTIÓ A NINGUNA «FREJOLADA». PONIENDO MIL PRETEXTOS, SIEMPRE SE EXCUSABA DE ASISTIR A LOS ACTOS DONDE EL PLATO DE FONDO FUESEN LAS MENESTRAS. ME TOCÓ A MÍ DESCUBRIR EL MOTIVO DE ESTA AVERSIÓN, UNOS DÍAS ANTES DEL FALLECIMIENTO DEL MÁS VIEJO MIEMBRO DE NUESTRO CLUB.
 
TODO COMENZÓ UN SOLEADO DOMINGO, EN QUE DECIDÍ IR A LA PLAYA. EN EL ÚLTIMO MINUTO ME ENCONTRÉ ACCIDENTALMENTE CON DON ANACLETO, QUIEN ME DIJO QUE TAMBIÉN PLANEABA IR A LA PLAYA. ASÍ, LO INVITÉ A ACOMPAÑARME, DE PASO QUE LO LLEVABA EN MI AUTO. LE CEDÍ LA ELECCIÓN DE LA PLAYA A LA CUAL ASISTIR, POR LO CUAL ME DIJO QUE LE GUSTARÍA VISITAR «CHUWI». CUANDO LE DIJE QUE JAMÁS HABÍA OÍDO DE TAL PLAYA, ME DIJO QUE ÉL SÍ, INCLUSO LA HABÍA VISTO NACER.
 
SIGUIENDO LAS INDICACIONES DEL ANCIANO, LLEGAMOS A «CHUWI». SE TRATABA DE UN VERDADERO BALNEARIO, AL QUE NADA LE FALTABA. RECORRIMOS EL MODERNO CENTRO VERANIEGO: YO MIRABA A LAS MUCHACHAS, PERO DON ANACLETO PARECÍA BUSCAR OTRA COSA. FINALMENTE ME SEÑALÓ UN PARQUE AL CUAL NOS DIRIGIMOS.
 
EL PARQUE TENÍA EN EL CENTRO UNA ESTATUA SINGULAR: SE TRATABA DE UN PEDESTAL SOBRE EL QUE HABÍA UNA ESCULTURA SIMILAR A UN RIÑÓN. HABÍA UNA PLACA METÁLICA CON ALGO ESCRITO, PERO EN UN IDIOMA QUE NO ENTENDÍA. DON ANACLETO ME ACLARÓ QUE NO ERA LA ESTATUA DE NINGÚN RIÑÓN, SINO LA REPRESENTACIÓN DE UN FREJOL. Y LO QUE LA INSCRIPCIÓN SE HALLABA EN QUECHUA, PERO ÉL YA SABÍA QUÉ DECÍA: EN RECUERDO DE LOS FREJOLES QUE SALVARON A NUESTRO PUEBLO.
 
VIENDO MI SORPRESA, DON ANACLETO ME CONTÓ LA HISTORIA QUE NO SOLO EXPLICABA CÓMO LLEGÓ A EXISTIR «CHUWI», SINO TAMBIÉN SU AVERSIÓN A LOS FREJOLES. SENTADOS EN LA MESA DE UN RESTAURANT AL AIRE LIBRE, EL VIEJO REMEMORÓ UN EVENTO SUCEDIDO EN ESE MISMO LUGAR, HACÍA SESENTA Y CINCO AÑOS.
 
Bueno muchacho, esta historia comienza allá por 1940. En cualquier libro de Historia del Perú encontrarás que ese fue el año "oficial" de la inmigración de los habitantes de la Sierra a la capital (Lima). Por ese entonces, en los Andes imperaba el tiránico gamonalismo. Los hacendados eran crueles señores de horca y cuchillo en sus feudales dominios, que prácticamente esclavizaban a la población indígena, con la complicidad de las corruptas autoridades civiles, policiales y militares. En un momento dado, desde individuos hasta comunidades quechuas, huían de la tierra de sus antepasados, en busca de la libertad. Su éxodo era casi siempre hacia la Costa, siendo muchos los que optaban por empezar una nueva vida en Lima. Ya en la capital, levantaban sus humildes viviendas en descampados, pampas, cerros y playas, donde formaban asentamientos humanos.
 
En el caso que nos ocupa, este hermoso balneario no siempre fue lo que aquí ves; para 1940 era un basurero, abandonado, mugriento e insalubre. Por la carretera que pasaba allá arriba, los conductores lanzaban todos sus desperdicios por la ventana de sus vehículos. Y fue a ese muladar donde llegó un pueblo andino entero. Era una tierra sin dueño, que a nadie le interesaba y en el que, a diferencia de otros terrenos de lima, nadie vendría a correrlos, ni menos a explotarlos.
 
Bueno, ahora vamos a mi historia, que acontece a finales de 1947. En ese entonces yo tenía mi primer trabajo, en un puerto marítimo cercano. Lo mío consistía en atender a los clientes en el mostrador del restaurant de un hotel.
 
Una mañana entró al local un hombre con traje y aspecto claramente andino. Se me acercó y me preguntó: "Joven, ¿ha visto a un mexicano por aquí?" Le respondí que, por estar en un lugar donde desembarcaban naves de varios países, era frecuente atender a varios extranjeros, de todos los idiomas y razas, que venían a comer o a hospedarse, pero no había visto a ningún mexicano en particular. El hombre se encogió de hombros y se fue.
 
En la tarde, entró una mujer, también claramente quechua. Me hizo la misma pregunta, a la que le di la misma respuesta. Y para la noche, el hombre y la mujer vinieron juntos a repetir la pregunta, a lo que yo, algo fastidiado les di la misma negativa. Para no ser tan severo, les dije que si venía el tal mexicano, yo podía darles el encargo o mensaje de parte de ellos. Me dijeron que lo estaban esperando, y me entregaron un rústico mapa dibujado en papel, para que pudieran ubicarlos.
 
Guardé el mapa en un cajón del escritorio y me olvidé del asunto. Con tanto latinoamericano entrando y saliendo, ¿cómo podía distinguirse un mexicano a simple vista? Sin embargo, al día siguiente me llegó la sorpresa.
 
Por la mañana, un extranjero entró al local. Apenas lo vi, me di cuenta que se trataba del tan buscado "mexicano". Tenía todos los clichés del campesino azteca de tarjeta postal: enorme sombrero de paja, pantalón y camiseta de color blanco, sandalias, sarape (un folklórico poncho), pañuelo rojo anudado cual corbata, gruesos bigotes (con la punta doblada hacia arriba), piel cobriza, cargando a sus espaldas una enorme alforja... y, por supuesto, venía tarareando «La Cucaracha».
 
Con un estereotipado acento mexicano, el forastero se acercó a preguntarme si alguien lo había estado buscando. Le dije que, efectivamente, un hombre y una mujer de aspecto andino habían estado buscándolo el día anterior. Cuando se los describí, el hombre dedujo que debieron tratarse de sus amigos Poma y Killa, y lamentó que el barco que lo trajo al Perú se hubiese atrasado un día.
 
Sentado en la barra, me pidió que le sirvieran un taco; no teníamos tal cosa. Lo mismo le respondí cuando pidió un "burrito". Pero acertó cuando me pidió un tamal, aunque no lo encontró lo suficientemente picante, y no pude darle la salsa "tabasco" para solucionar eso. Luego de comer, me dijo que seguramente no tendríamos tequila (lo cual le confirmé), pero dijo que no importaba, y sacó de su alforja el tradicional licor mexicano, del cual me invitó un vaso.
 
El hombre se llamaba Cuauhtémoc, y se puso a hablarme de su natal México. Con su alegre charla me sentí transportado a esa tierra de burros, siestas, volcanes, cactus, sombreros enormes, ponchos, serenatas, machismo e indios de viejas civilizaciones. Cuando le pregunté qué hacía en Perú y por qué lo estaban buscando esa pareja de quechuas, me enteró del drama que él venía a solucionar.
 
Desde 1940, una comunidad de indígenas que llegaron desde los Andes, huyendo de la tiranía de los gamonales, había llegado a una sucia y abandonada parcela de la Costa. Con un paciente y sacrificado trabajo, además de mucho ingenio, habían convertido ese muladar en una tierra habitable. Pero tras siete años de pacífica existencia, una nueva amenaza llegó a este pueblo.
 
El coronel Amenábar, ex militar que desde hacía años era conocido como uno de los más déspotas de los gamonales de la Sierra, había llegado también a la capital. Allá en los Andes él había creado su propio reinecito esclavo, donde los crímenes más monstruosos se daban lugar contra la explotada población nativa, mientras que las autoridades por él sobornadas se hacían de la vista gorda. Pero su hacienda había quebrado (según malas lenguas, por el maleficio de una de sus víctimas, que practicaba antiguas hechicerías incas), y el viejo tirano, salvando lo que pudo, había venido a la capital para empezar de nuevo.
 
Al saber del gran muladar al pie del acantilado, lo examinó con buen ojo y concluyó que podría comprar esa área para convertirla en un próspero balneario playero. Con unos cuantos sobornos a determinados funcionarios civiles, le fue fácil conseguir la compra de esa olvidada tierra del Estado. Sin embargo, había un pequeño problema: los inmigrantes serranos que ya ocupaban una parte de esa área desde hace más de un lustro.
 
Así, desde comienzos de ese año el coronel había estado amenazando a los colonos andinos de la playa: desde ir a gritarles que se larguen de ahí, hasta enviar a sus matones para que realicen destrozos y agredan a sus indefensos habitantes. Aunque los aterrorizados pobladores denunciaron esto, presumían que nadie les haría caso, pues el gamonal ya tendría comprada a la corrupta autoridad (igual como siempre pasaba en la Sierra).
 
Ya estaban pensando en un nuevo éxodo, cuando Cuauhtémoc apareció, justo cuando más lo necesitaban. Fue en ese mismo restaurant (antes que yo trabajara ahí) que él se conoció con Poma y Killa, entabló conversación con ellos, y éstos le contaron la tragedia de su comunidad. Su amigo azteca les dijo que él tenía la solución; el barco de carga en el que él trabajaba iba a hacer un viaje ida-y-vuelta a su natal México, y ahí él podría traerles algo que salvaría a su pueblo... claro, todo por una módica suma de dinero. Los dos peruanos aceptaron: los hombres de la aldea costeña iban todos los días a la ciudad a laborar en todo tipo de oficios, así que podrían reunir entre todos la cantidad que él pidiera.
 
Tras acordar el precio, Cuauhtémoc propuso verse en ese mismo local, exactamente dentro de seis meses (que es como estaba programado por la empresa marítima de transportes). Sin embargo, un inconveniente climático hizo que la llegada al Perú se atrasara por un día.
 
Señalando su alforja, el mexicano manifestó que traía ahí la solución al problema de sus amigos, pero que ahora no sabía dónde ubicar el asentamiento humano. Recordé el mapa que Poma me había dejado, lo saqué del escritorio y le dije que ahí había un mapa que le permitiría llegar al asentamiento humano. Pero Cuauhtémoc no conocía la región, así que el mapa no podía ayudarle a llegar. Entonces, pidiendo a unos compañeros de trabajo que me "cubrieran" por un par de horas, me ofrecí a llevarlo personalmente a su destino.
 
Montados en mi motocicleta, ambos incursionamos en el ya referido basural. Atravesamos el inmundo camino, hasta que llegamos a una amplia área, esmeradamente limpia. Las casas de esteras estaban perfectamente alineadas, aunque algunas ya habían reemplazado sus paredes por otras de madera. Algunos botes estaban anclados en la orilla, con los cuales algunos (los que aún no tenían trabajo) se iban a pescar el sustento diario. Sus habitantes estaban humildemente vestidos, pero a ninguno se le veía sucio o harapiento.
 
Cuando llegamos, todos estaban afuera de sus casas, escuchando a un elegante caballero entrado en años, que les hablaba amenazadoramente, acompañado de dos guardaespaldas armados. En medio de insultos y ofensas a la dignidad humana ("piojosos", "auquénidos", "huaco-retratos", "guanacos", "brownies", "bestias", "pulguientos", "alpacas", "animales", "cochinos", "brutos", "llamas", "analfabetos", "pestíferos", "vicuñas", "chutos" y otros epítetos racistas), les previno que si llevaban el asunto a juicio, esta vez no deberían temer a ser echados, sino que hasta podrían acabar encarcelados; él tenía suficiente dinero e influencias para tener asegurado el veredicto contra los que ocupaban ilegalmente su terreno. De inmediato me di cuenta de que ese hombre debía ser el tan temido coronel Amenábar.
 
En ese momento, Poma y Killa nos vieron y gritaron: "¡Ahí está Cuauhtémoc!", a lo que el temor desapareció de las caras de los pobladores, quienes corrieron hacia nosotros sonrientes. Mientras el coronel gritaba que regresaran, que aún no había acabado de hablar, los aldeanos nos rodearon, preguntándole al mexicano si "los había traído". Por toda respuesta, éste sacó de su alforja un mediano cofre que mostró en alto., en medio de triunfales exclamaciones.
 
Ante esto, Poma y Killa, en nombre del pueblo, se plantaron ante Amenábar, y le dijeron que ya no le temían, no solo llevarían el asunto a juicio, sino que ya sabían que éste les favorecería. Desde las lejanas tierras de México, su amigo Cuauhtémoc les traía el más poderoso talismán creado por la magia azteca. Protegidos por este amuleto, su victoria en los juzgados ya estaba asegurado. El viejo tirano les miró furioso, parecía que le iba a dar alguna orden a sus matones, pero miró al mexicano, de ahí al cofre que todos rodeaban, y con una cierta inquietud en su semblante, se retiró malhumorado y presuroso.
 
Luego que el coronel se marchara, todos pidieron insistentemente que se abriera el cofre, pues ya "querían verlos". Se guardó un silencio general cuando Cuauhtémoc levantó la tapa y apareció el misterioso contenido.
 
A primera vista parecía que la caja estaba llena de alverjas, garbanzos, lentejas u otra legumbre similar. Pero, viéndolo detenidamente, me di cuenta de que esos guisantes o lo que fueran se movían. Acercándome más, traté de ver cuál sería el truco. ¡Pero no había truco! Cuauhtémoc puso en su mano uno de estos vegetales, que comenzó a dar brinquitos; otros lo imitaron y el fenómeno se repitió.
 
Cuauhtémoc gritó: "Mis cuates del Perú, desde el mero México, ¡AQUÍ LLEGAN LOS FRIJOLES SALTARINES!" Todos lo aclamaron con alegres gritos y aplausos.
 
Como quedó convenido, se le pagó al mexicano una suma de dinero por estos "sobrenaturales obsequios de la Madre Naturaleza". Ya habían planeado cómo hacer que la magia de los Frijoles Saltarines protegiera a todos y cada uno de los habitantes del caserío, dándoles la Suerte y Fortuna necesaria para ganar el juicio que al día siguiente se celebraría. Invitaron a Cuauhtémoc a acompañarlos, pero él se excusó, pues su barco partía a otro destino y él debía estar a bordo antes que eso sucediese.
 
El mexicano agregó: "En todo caso, no solo me agradezcan a mí, sino también a Anacleto. Si no hubiera sido por este joven, no hubiera podido llegar hasta aquí. Él descifró el mapa que Poma y Killa me dejaron, y me trajo aquí en su motocicleta". Aunque con menos intensidad, también me vitorearon. Killa se me acercó y me regaló uno de los frejoles, para que su "magia" también me protegiera y trajera buena suerte.
 
Llevé de vuelta a Cuauhtémoc en mi moto. En el camino le dije que me rendía, y le pregunté cuál era el truco para hacer que los frejoles saltaran. El azteca me contestó que no había truco, saltaban solo porque sí, sin ninguna intervención humana. Cuando llegamos, él se despidió y se marchó. Yo regresé a mi trabajo; afortunadamente, el jefe no se había dado cuenta de mi escapada.
 
Ya en la noche, en la soledad de mi habitación, me puse a mirar el frejol. Se movía a intervalos, dando diminutos saltos. No era ningún truco. Lo puse sobre un cenicero, en mi mesa de noche y apagué la luz. Pero me tardé en conciliar el sueño, más que nada por el ruido del Frijol Saltarín moviéndose una y otra vez.
 
Amaneció. Lo primero que hice fue mirar mi frejol. Se movía. Nunca había sido supersticioso, pero ahí comencé a preguntarme si estaba presenciando un verdadero fenómeno sobrenatural. Como ése era mi día libre, me fui a visitar a un amigo, que era estudiante universitario y todo un experto en Botánica.
 
Mi amigo escuchó mi historia, miró mi Frijol Saltarín... y soltó la risa. Fuimos a la parte de su casa donde había montado un pequeño laboratorio. Y fue ahí donde él me explicó el secreto de estos prodigiosos vegetales aztecas.
 
De inmediato me dirigí al asentamiento humano al cual Cuauhtémoc había vendido todos esos "mágicos" Frijoles Saltarines, como si fueran poderosos talismanes. Cuando llegué, todos estaban de fiesta, celebrando por anticipado su triunfo en el juicio que se daría en algunas horas más. Poma me vio y reconoció; me dijo que llegaba justo a tiempo, la magia de los frejoles ya estaría en todos, pero todavía quedaba algo para mí.
 
Por un momento, dudé si debía decirles la verdad. La ilusión de toda esa humilde gente, convencida de que ganaría un juicio contra un poderoso y ruin adversario, me partía el corazón. ¿Cómo decirles lo que había averiguado? ¿Cómo se sentirían si supieran que habían sido estafados? Por otra parte, puede que ni el mismo Cuauhtémoc supiera nada sobre el secreto de los Frijoles Saltarines. Por todo ello, en ese momento opté por callar y, agradeciéndole a Poma, acepté su oferta. Imaginé que me traerían uno de los frejoles, y mientras lo sostenía me harían una imposición de manos, o musitarían una plegaria, o algo por el estilo.
 
Poma me llevó a una parte de la barriada, donde había una gran olla humeante. Killa me saludó y me dijo que aún quedaba una porción para mí. Cuando pregunté de qué porción me hablaban, me dijeron muy sueltos de huesos que estaban realizando una festiva «frejolada», donde los prodigiosos vegetales habían sido cocinados, condimentados y servidos con carne, arroz y varios condimentos.
 
Cuando escuché esto, me sentí horrorizado. Miré a la gente alrededor; algunos bailaban felices al ritmo de la música andina, pero otros estaban comiendo sus porciones de «frejolada», en platos de cartón y con cubiertos de madera. Hombres, mujeres, niños y ancianos comían sus Frijoles Saltarines, y algunos hasta los saboreaban, como si sintieran la "magia" invadiendo sus personas. Veía como introducían cada bocado en sus bocas, los masticaban y los ingerían. Las piernas me temblaron y me sentí mareado.
 
Killa se me aproximó, ofreciéndome un plato de esa abominable «frejolada». "Toma, Anacleto. Alcanzó para un plato más. Cuando los comenzamos a cocinar, los frejoles saltaron como nunca, para después quedar inmóviles. Pero sin duda la magia sigue en ellos". Al ver el potaje que me ofrecían, creí que me iba a desmayar. Debí ponerme monstruosamente pálido, pues Poma y Killa me miraron asustados.
 
Excusándome por no sentirme bien, me retiré a toda velocidad del lugar. Corrí hacia mi estacionada motocicleta, con una mano cubriéndome la boca, pues una potente náusea se apoderaba de mí. Pero antes de llegar a mi vehículo, vomité en la arena todo mi desayuno.
 
Como pude averiguar más adelante, en ese mismo momento, el coronel Amenábar esperaba inquieto a uno de sus secuaces. Desde la inesperada ruina de su hacienda serrana, el ex gamonal se había vuelto supersticioso, y hay quienes creían que él temía a las "maldiciones incas" que causaron su repentina bancarrota. Por ello había enviado al asentamiento humano a uno de sus guardaespaldas quien, disfrazado, se infiltró disimuladamente para averiguar qué clase de amuletos había traído ese brujo azteca a sus enemigos.
 
El matón regresó, y dijo que se trataba de unos vegetales mágicos, conocidos como Frijoles Saltarines, con el poder de brincar por sí mismos, como si tuvieran vida. Los indios habían decidido hacer una «frejolada» con los mismos, así su protectora magia pasaría a ellos. Antes de retirarse, el espía alcanzó a coger uno de los frejoles, antes de ser arrojados a una hirviente olla.
 
El coronel miró, asustado, el frejol que su guardaespaldas le había alcanzado. Lo vio saltar sobre la palma de su mano. En ese momento, el viejo tirano tomó una decisión: de ninguna manera dejaría que la indiada le gane ese pleito territorial, ni siquiera con brujerías. Así que, para ponerse a la misma altura de sus adversarios, Amenábar se metió a la boca el vegetal, lo masticó, se lo tragó... y abrió mucho los ojos.
 
Horas después, en una sala de Justicia, un magistrado dio el martillazo para iniciar la causa del reclamo de tierras. Los aldeanos estaban todos ahí, sonrientes y confiados. En ese momento llegó la noticia: el coronel Amenábar había fallecido ese mismo día, por causas naturales, a la misma hora en que los quechuas organizaban su frejolada. El juicio se suspendía indefinidamente. Ante la noticia de la muerte del viejo tirano, todos lanzaron gritos de alegría; sus tierras seguirían siendo suyas... la magia de los Frijoles Saltarines los habían salvado.
 
Sin duda, ya te habrás dado cuenta de que aquí se explica el misterio de mi aversión a las «frejoladas». Cierto, ahí comenzó mi fobia. Pero aún querrás saber el por qué de la misma. La explicación está en la revelación que me hizo mi amigo, el universitario.
 
En su laboratorio, él puso mi Frijol Saltarín sobre una mesa bien iluminada, mientras me explicaba que mucha gente cree que son una superstición, mientras que los que sí los ven los creen mágicos. Pero la realidad es que ni siquiera son verdaderos frejoles: se trata de las semillas de un arbusto que solo crece en determinadas regiones de México. Pero como eso no explicaba aún el enigma de los brincos, con un bisturí procedió a cortar un pequeño extremo del vegetal. Luego, con una linterna y una lupa, pude ver el interior hueco.
 
Mientras yo miraba, el universitario me explicaba: en esa misma región mexicana, existe una mariposa, conocida como «Polilla Dorada», que pone sus huevos en las flores del citado arbusto. Cuando sale del huevo, la oruga entra en la vaina de la semilla y ahí sigue creciendo. Para cuando la oruga se convierte en larva, ya ha devorado todo el interior de la semilla, dejándola hueca. La larva se instala en su interior, recubriéndola por dentro con una especie de telaraña de seda, en medio de la cual reposa. Así mismo, sella el agujero por el que se metió con la misma seda que elaboró.
 
Y ante mis ojos, pude ver una larva de la «Polilla Dorada», moviéndose y tirando con fuerza de su telaraña de seda (según me explicó, los cambios de temperatura era lo que más le excitaba), haciendo así que el esferoidal "frejol" se mueva y de pequeños saltos. Mi amigo me explicó que no había problema, el agujero que él acababa de practicar era diminuto, y la misma larva se encargaría de sellarlo con su seda.
 
Ahora sí entenderás mi espanto al ver a todos esos inocentes indígenas haciendo una «frejolada» con semillas que tenían crías de mariposas dentro. ¡En otras palabras, todo un pueblo quechua había almorzado INSECTOS!
 
Por otra parte, eso explica la misteriosa muerte del coronel Amenábar: él no había hervido el "frejol" ni matado a su ocupante. Al metérselo a la boca y masticarlo, la larva se salió y, moviéndose, se libró de meterse por el esófago que la iba a tragar, metiéndose en el conducto respiratorio... provocando la muerte del viejo ex gamonal por asfixia.
 
Como adivinarás, nunca le dije a nadie del asentamiento humano la verdad de los "mágicos frejoles" que les salvaron de quedarse sin hogar (bueno, en cierto modo sí lo hicieron, aunque fue por casualidad). Dejé que creyeran en la leyenda. Incluso, como has podido ver, por iniciativa de Poma y Killa se levantó un rústico monumento en honor a los Frijoles Saltarines. Cuando, una década después, pudieron legalizar su comunidad legalmente, la inscribieron con el nombre de «Chuwi», que en quechua significa "frejol".
 
Con el transcurrir de los años, los descendientes de los habitantes comenzaron a alquilar la entrada de "su" comunidad a los cada vez más numerosos bañistas citadinos que buscaban nuevas playas en las que asolearse y correr las olas. Comenzó a entrar dinero cada vez en mayor cantidad. La nuevas generaciones decidieron emigrar a comprarse nuevas viviendas en la gran ciudad, pero manteniendo los negocios ya fundados en «Chuwi», y haciéndolos crecer, y siempre recibiendo todas las ganancias. El balneario creció, prosperó, los nietos de los fundadores se convirtieron en nuevos ricos que hoy viven en lujosas casas y departamentos, en los mejores barrios de Lima.
 
En cuanto a mí, pude constatar que la larva dentro de mi Frijol Saltarín sí selló el agujero en su "casa". Comencé a tomarle cierto cariño a este fenómeno de la Naturaleza. En cierto modo, era la mascota perfecta, pues no tenía que alimentarlo, ni bañarlo, y, si lo quería sacar a pasear, no tenía que ponerle correa sino colocarlo en un bolsillo (y el calor la hacía saltar y hacerme cosquillas). Paralelamente, trataba de mantenerlo periódicamente en el sol y la sombra, y lo mojaba ligeramente para que no se deshidratara.
 
Pasó casi un año antes de que naciera la mariposa. Poco antes de ello (ya era octubre de 1948), ocurrió un golpe de estado, y yo tuve que huir prácticamente con lo puesto (no me perseguían por haber realizado actividades políticas, sino por haberme hecho amigo de gente que estaba en la lista negra del entrante régimen fascista). Entre el poquísimo equipaje que alcancé a tomar, estaba mi Frijol Saltarín.
 
Viví de incógnito en un arrabal, a las afueras de la ciudad. Y fue ahí donde, una hermosa mañana, de la semilla salió la tan esperada «Polilla Dorada». Por lo general, esos bichos siempre me han caído mal, pero a este insecto prácticamente lo había criado. Lo tomé en la mano y, suavemente, lo llevé afuera de la cabaña. Dándole una última caricia con la yema de los dedos, lancé al animalito al aire. Éste comenzó a volar, en medio de aquel soleado día, hacia el bosque cercano, donde se perdió de vista. Recordé lo que me había dicho mi amigo universitario, que esa mariposa solo viviría unos cuantos días.
 
FUE ASÍ COMO DON ANACLETO ME ACLARÓ EL MISTERIO DE SU AVERSIÓN A LAS «FREJOLADAS». ALGUNOS DÍAS DESPUÉS, EL ANCIANO CAYÓ ENFERMO Y, TRAS UNA LARGA AGONÍA, FALLECIÓ. LE DIMOS UN ENTIERRO DE ACUERDO A SU CONDICIÓN, Y LE PUSIMOS SU NOMBRE A UNA DE LAS SALAS DE NUESTRO CENTRO CULTURAL.
 
CUANDO SE LEYÓ SU TESTAMENTO, YO ESTABA EN LA LISTA DE SUS HEREDEROS. LO QUE ME DEJÓ ERA SU BASTÓN, QUE NO HUBIERA TENIDO NADA DE EMOCIONANTE, HASTA QUE NOTÉ LO QUE TENÍA DENTRO DE SU CRISTALINA EMPUÑADURA ESFÉRICA: EL FAMOSO FRIJOL SALTARÍN DE DON ANACLETO. PUDE NOTAR QUE TENÍA EL ORIFICIO DONDE LA «POLILLA DORADA» HABÍA SALIDO A LA LIBERTAD, NO EN TIERRAS MEXICANAS SINO PERUANAS.
 
ENTONCES SE ME OCURRIÓ UNA IDEA: ¿Y SI ESA MARIPOSA MEXICANA SE HUBIERA APAREADO CON OTRA PERUANA, Y HUBIERA LLEGADO A PONER HUEVOS EN LAS FLORES DE ALGÚN ÁRBOL LOCAL ANTES DE MORIR? DON ANACLETO ME DIJO QUE SU MASCOTA SE FUE HACIA UN BOSQUE, PERO NO ME PRECISÓ POR DÓNDE (SOLO QUE ESTABA A LAS AFUERAS DE LIMA). COMENCÉ A INDAGAR ACERCA DE POSIBLES BOSQUES EN EL ÁREA QUE CIRCUNDABA LA CAPITAL, PERO SIN ÉXITO. APARTE, DESDE 1948 A LA FECHA YA HABRÍA CAMBIADO ENORMEMENTE EL PANORAMA GEOGRÁFICO. ASÍ, TRAS UNA LARGA PESQUISA ME DI POR VENCIDO. ASUMÍ QUE LA «POLILLA DORADA» NO ENCONTRÓ NINGÚN ARBUSTO SIMILAR A ESOS DE SU NATAL MÉXICO, NI A OTRO CONGÉNERE NACIONAL CON EL CUAL REPRODUCIRSE, POR LO QUE HABRÁ MUERTO SIN DEJAR DESCENDENCIA.
 
SIN EMBARGO, HACE UNOS DÍAS ME ENCONTRÉ POR CASUALIDAD CON UNO DE LOS CAMPESINOS QUE INTERROGUÉ AÑOS ATRÁS, AHORA VIVIENDO EN LIMA. ME REFIRIÓ QUE UN ANTIGUO COMPAÑERO DE TRABAJO LE HABÍA CONTADO UNA VEZ QUE UN BRUJO DE SU BARRIADA LE HABÍA OFRECIDO UNA ESPECIE DE "HABAS MÁGICAS", QUE ÉL ENCONTRÓ EN UN BOSQUE CERCANO, Y QUE SALTABAN Y SE MOVÍAN POR SÍ SOLAS; EL HECHICERO LAS VENDÍA COMO TALISMANES PARA LA BUENA SUERTE.
 
ACOSÉ AL OBRERO CON PREGUNTAS, PERO NO PUDO INFORMARME NADA MÁS, PUES CUANDO ÉL CAMBIÓ DE EMPLEO PERDIÓ EL CONTACTO CON SU COMPAÑERO; Y AQUÉL NUNCA LLEGÓ A DECIRLE EL NOMBRE DE SU BARRIO NI DÓNDE ESTABA.
 
ASÍ PUES, VOY A REANUDAR MIS PESQUISAS. SEA QUE LOS ENCUENTRE O NO, ME ALEGRA SABER QUE AHORA EL PERÚ TAMBIÉN TIENE SUS PROPIOS FRIJOLES SALTARINES.

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